Camila llegó a la estación de tren de Euston un 28 de agosto en un día frío, pero soleado. Llevaba una chompa turquesa, una mochila gris, y una maleta antigua. Compró un ticket para viajar a Lewes, donde empezaría su nueva vida. No había desayunado así que fue a buscar un sándwich de queso y tomate para comer en el camino. Se acercó a un puesto chiquito y cuando abrió su billetera encontró las libras esterlinas que su hermano Eduardo le había dado. Señaló lo que quería, pagó, se metió el sándwich a la mochila y se paró en la plataforma a esperar su tren. El tren empezó a entrar en la estación y una vez que paró por completo se abrieron las puertas. Camila se puso a un costado para que la gente salga y después entró.
El tren tenía las paredes descoloridas y las puertas se demoraban en abrir. Camila sintió un olor a café. No sabía dónde poner su maleta hasta que vio un lugar designado para maletas y la puso ahí. Se sentó, abrió su mochila y sacó un cuaderno espiralado rojo donde tenía anotada la dirección de su amiga en Lewes. El viaje duraba una hora y media. Era la primera vez que Camila se subía a un tren y le gustaba la sensación. Sacó su sándwich y empezó a comerlo mirando por la ventana.
A los 50 minutos una voz en inglés anuncia que el tren se va a dividir en dos partes. La parte frontal se iría a una ciudad de nombre largo que Camila no logró entender y la otra parte a una ciudad que sonaba como Lewes, pero que tampoco podía estar segura. Camila había aprendido inglés en un colegio americano y en ese asiento de tren entendió que 6 años con la Miss Charo no la habían preparado para este momento. Miró alrededor y no había nadie más en su vagón. ¿Estaba en la parte frontal o trasera? ¿Dónde está esa información? ¿Qué vagón dividía las dos partes? Buscó en su ticket alguna pista, pero no encontró nada. El tren llegó a la siguiente parada y ella pensó en bajarse ahí para poder preguntar a alguien a dónde iba su vagón. Esperó al costado de la puerta, el tren sobreparó en la estación pero las puertas no se abrieron. El corazón le empezó a latir muy rápido, y sintió como electricidad en las manos.
Caminó hacia otro vagón, pero tampoco había nadie así que siguió caminando hacia el siguiente. En ese, encontró a un señor de unos 80 años sentado en un asiento que tenía una mesa y tres asientos libres. Apenas lo vio le hizo recordar a su abuelo. El señor tenía una maletita marrón, una boina negra y un saco gris que le quedaba un poco grande. Traía un arreglo de flores naranja en las manos. Camila se le acerca y le pregunta en inglés: ¿Perdone señor, este tren a dónde va? El señor le sonríe y con una acento marcado le responde con mucho detalle, pero Camila no entiende nada. Ella intenta otra forma y le pregunta si sabe qué parte del tren era este. Él la mira y le sonríe. Por la ventana del tren aparece un campo verde con un cielo despejado y ambos se quedan mirándolo. El señor le ofrece a Camila que se siente al frente de él, y ella acepta. Una vez sentada Camila saca el cuaderno rojo, lo pone encima de la mesa y lo abre donde está anotada la dirección. Saca un lapicero y escribe: “Lewes” en letras grandes y al costado dibuja un signo de interrogación. Mira al señor, le señala el cuaderno y le hace un gesto con las manos para pedirle ayuda. Él agarra el lapicero, dibuja un pequeño tren y escribe: “yes”. Camila dibuja una cara feliz y se ríen. La voz del tren vuelve a hablar, pero Camila ya no le presta atención.
El señor le señala la ventana. Hay un campo enorme de flores naranjas iguales a las que él tiene. Camila le empieza a contar en su inglés americano que su abuela era jueza de arreglos florales y que esas flores eran de sus favoritas. Está segura que no ha entendido nada, pero no le importa. La voz del tren dice que la siguiente estación será Lewes. Camila le hace un gesto al señor que va a ir por su maleta, que ya vuelve. El señor le sonríe y la observa perderse entre los vagones. Camila saca su maleta y la trae al vagón donde estaban juntos, pero el señor no está sentado. No hay nadie. Ve la señal del baño que dice ocupado y piensa que el señor debe estar por salir. El tren se acerca lentamente a la estación, el baño se abre y sale una señora de unos 60 años con un sombrero campana gris. No hay señales del señor. El tren para y se abren las puertas. Camila agarra su mochila, carga su maleta y baja. Una vez fuera del tren se fija si el señor está en la estación, pero no lo encuentra. Las puertas del tren se cierran y parte. Camila se queda mirando como el tren desaparece, se cuelga la mochila, y jala su maleta para salir. Cuando llega a la parte frontal de la estación ve unos mapas y coge uno que guarda en su bolsillo. Luego se para, apoya la maleta y abre su mochila para sacar la dirección a donde tiene que ir.
Cuando abre el cuaderno encuentra una flor naranja entre las páginas y ahí cae en cuenta que su letra y la del señor son bien parecidas. Camila sonríe, guarda la flor en su mochila y emprende camino a su nueva casa.
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