Eso puede parecer hace mucho, pero no lo será cuando te pase a ti.
Y te va a pasar.
Los detalles van a ser diferentes, pero te va a pasar.
Eso es lo que he venido a decirte"
En ese momento intuí de qué estaba hablando y sentí que Vanessa me lo estaba diciendo a mi. Como si ella supiera que yo la entendía. Vanessa continuó con el texto donde empezaba a relatar lo que había ocurrido ese 30 de diciembre del 2003. Esa noche había llegado a su casa en Nueva York con su esposo, con quien estaba casada hace cuarenta años, y habían decidido preparar algo de comer y prender la chimenea.
"Las chimeneas prendidas indicaban que estábamos en casa, que habíamos completado el círculo, que estaríamos a salvo toda la noche"
Este texto me hizo recordar todas las veces que en mi casa de Cieneguilla habíamos prendido la chimenea y cantado canciones de Serrat, Moustaki, o Silvio Rodríguez al costado del fuego. Mi papá en la guitarra, mi mamá cantando, mi abuelo moviendo sus caderas y mi abuela riendo a carcajadas cobijada por las voces de sus nietos. El fuego también me hizo acordar a las conversaciones largas con mi tía J sobre mi futuro como actriz. Vanessa luego siguió con su texto.
"Me ves en este escenario, te sientas a mi costado en el avión, te cruzas conmigo en una comida, tú sabes que me pasó a mi.
No quieres pensar que te puede pasar a ti.
Por eso estoy aquí"
Creo que todos los espectadores empezábamos a darnos cuenta porqué estaba Vanessa ahí. Lo que tenía que decirnos era necesario de escuchar y no podía esperar. Vanessa se había aprendido un texto, que Joan Didion había vivido y escrito. Y yo había pagado una entrada para escuchar lo que ambas mujeres tenían que decir. Vanessa siguió contándonos acerca de lo que ocurrió esa noche. Ella y su esposo decidieron comer en la mesa de la sala, para poder estar frente a la chimenea. Él tomó dos vasos de whisky que ella le sirvió, y luego ella se sentó en la mesa frente a él para terminar de preparar la ensalada. Vanessa hizo una pausa, tomó un sorbo de agua , y siguió contándonos. Mientras ella terminaba la ensalada su esposo estaba hablando. Ella no se acuerda si estaba hablando de la primera guerra mundial o si estaba hablando del whisky.
"Y de pronto ya no. Ya no hablaba.
Yo lo miré. Le dije “No hagas eso”. Pensé que estaba haciendo una broma.
Se desplomó. Pretendiendo estar muerto. Tú has visto gente haciendo este tipo de broma pesada. Quizás tú mismo la has hecho. Como diciendo: “hoy fue un día duro, lo atravesamos, estamos comiendo juntos, tenemos la chimenea prendida”.
Cuando escuché este texto mi corazón empezó a latir fuerte y sentí un hueco en el estómago. Ella siguió contando lo que había pasado esa noche y yo me acordé del dieciocho de febrero del 2000 cuando abrí la puerta de mi casa en Lince y mi vida y la de mi familia cambió para siempre. Fabiana, la chica que limpiaba mi casa, estaba parada en la entrada y me miró como si se hubiera asustado con mi presencia. Ella tenía los ojos bien abiertos, y su cuerpo estaba tenso. Usualmente Fabiana tenía una energía ligera, pero su voz sonó muy pesada cuando habló.
– Llamó tu mamá…algo le ha pasado a tu tía J, dice que la llames urgente.
"Los detalles van a ser diferentes, pero te va a pasar.
Eso es lo que he venido a decirte"
Fui caminando hacia la cocina donde estaba el teléfono fijo de la casa. Marqué el celular de mi mamá. Es uno de los pocos teléfonos que me sé de memoria. También me acuerdo el de mis abuelos. Mi cabeza repetía la frase: “algo le ha pasado a tu tía J”. El teléfono timbró dos veces y escuché la voz de mi mamá. Una voz quebrada y asustada, pero sin titubeos. “Vali, ven…ella está muy grave, no manejes mejor, te espero”. Colgué el teléfono. Me quedé mirando la pared blanca y me percaté de una grieta en la pintura que no había visto antes.
Tenía veintidós años y hasta ese momento todo lo que había pasado en mi vida era esperable o predecible. Los bebés nacían, tenían mamá, papá, crecían, y cuando eran mayores morían. Mi tía J era joven, y tenía tres hijos muy pequeños. Era mi tía favorita, mi madrina escultora y mi cómplice. Ella iba a estar bien. Pedí el taxi al hospital y subí las escaleras de mi casa. Busqué mi cartera, encontré cigarros y me prendí un Marlboro rojo. Con el cigarro prendido caminé de ida y vuelta por el pasillo. Parecía que quien me estaba consumiendo era el cigarro, y no yo a él. Apagué el cigarro, alisté mi mochila y esperé el taxi. En mi mochila tenía el texto de una obra. En ese momento yo era estudiante de actuación y había empezado a actuar en obras con amigos de la especialidad. Esa noche de febrero del 2000 tenía función a las ocho de la noche. La obra se llamaba “Dios” y era una obra escrita por Woody Allen donde un autor y un actor en la Antigua Grecia discutían porque no encontraban un final para su obra.
De la Antigua Grecia mi atención volvió a Londres. Vanessa estaba contando que después de ver a su esposo desplomarse pensó que quizás se había atorado con algo de comida. Ella le practicó la maniobra de Heimlich, pero su esposo se desplomó, cayó al piso y ella notó un líquido oscuro debajo de su cara. A los cinco minutos de esto llegó la ambulancia y fueron al hospital.
"La distancia de nuestro departamento al hospital es de 6 cuadras. No me acuerdo del tráfico. No me acuerdo de las sirenas. Cuando salí de la ambulancia la camilla ya estaba desapareciendo en el interior del edificio.
Todos tenían uniforme médico. Me di cuenta que había un hombre sin uniforme. “¿Es la esposa?”, le preguntó al conductor.
Después, me miró y me dijo: “Soy su asistente social”
Y me imagino que fue ahí cuando supe"
La distancia de mi casa al hospital en Miraflores era de aproximadamente quince minutos. No me acuerdo del tráfico. No me acuerdo del camino. El taxista sobreparó en la vereda del frente, le pagué y me bajé. Crucé la pista y en la puerta vi a la hermana de mi mamá que tenía una mirada tan apagada y hundida que me imagino que fue ahí cuando supe.
Vanessa continuó con las siguientes cuatro líneas que resonaron en cada parte de mi imaginario.
"La vida cambia deprisa.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida como la conocías termina.
La pregunta de la autocompasión"
A partir de ese momento Vanessa nos empezó a contar todo lo que vivió y pensó en el primer año después de la muerte de su esposo, y de su hija que muere el mismo año. En su año del pensamiento mágico.
El día que mi tía J murió yo tenía función. Y como la vida supera la ficción esa noche yo hacía de una mujer que entraba con un cuchillo clavado en el pecho y que tenía la blusa llena de sangre. Una mujer que la acababan de matar. No sé porqué ni cómo hice la función. Quizás en un intento de refugiarme un ratito en la ficción antes de lidiar con la realidad. Quizás porque aún no había entendido lo que había pasado. O quizás porque sentía, como mi personaje, algo clavado en el pecho y necesitaba ponerle voz. Después de la función mis amigos me llevaron a donde mi familia.
El año pasado hicimos una reunión familiar en Cieneguilla, y después de mucho tiempo mi papá agarró nuevamente la guitarra y empezó a tocar y cantar. Mi hermano había prendido la chimenea y se aseguró que estuviese prendida toda la noche. Mis papás, hermanos, tíos, sobrinos, y primos volvimos a cantar las canciones de siempre incluyendo las canciones que eran las favoritas de mis abuelos. Esa noche al costado del fuego bailé con mi prima, la hija de mi tía J, con quien hoy tengo una relación muy especial.
El año del pensamiento mágico se convirtió en una de mis obras favoritas. Al salir de esa función fui a la librería del teatro y compré el texto. Tengo todas las versiones de la obra e inclusive conservo el programa de mano de esa noche del 2008.
El año pasado empecé a traducir la obra al español y estoy esperando tener la edad suficiente, para que un día se prendan las luces en el escenario y sea yo la actriz sentada en esa silla de madera.
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