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PARA JOSEFINA - auto | ficción -




Cuando leas esto tendrás once años y habrá llegado el momento de contarte lo que sé. Ahora tienes seis y es muy pronto. Primero tienes que creer, como lo haces ahora, y luego alguna amiga te dirá que no existe y dejarás de creer. Eso seguro te pondrá triste y ocurrirá en algún momento entre tus seis y once años. Quizás ese día te metas a tu cuarto que ya no compartirás con tus hermanos y cierres tu puerta. Quizás te cuestiones por qué creíste y te decepciones de los adultos. Quizás te sientes en tu cama con edredón turquesa y abras el cajón de tu mesa de noche. 

En ese cajón estará esta carta esperándote. Antes de empezar te recomiendo que les digas a tus papás que estarás ocupada porque lo que te voy a contar, Jose, es un secreto entre sobrina y tía. 

Cuando yo era niña también creí en el conejo de pascua. Mis abuelos, los papás de tu Mamama, nos invitaban los domingos de pascua a todos los nietos a su casa para encontrar los huevos que el conejo dejaba. Como tú, yo iba con mi canasta y merodeaba el jardín de Mamama con mucha ilusión y siempre había algún huevo de chocolate con un lindo empaque para mí, y para cada uno de mis hermanos, primos y primas. Me imagino que para este entonces habrás escuchado mucho sobre la mamá de tu Mamama que era mi Mamama. Sabrás que le encantaba organizar lonches los domingos, comidas los miércoles y almuerzos cada vez que alguno de sus hijos o nietos iban a su casa. Sabrás que sus jardines siempre tenían muchas plantas y flores coloridas. Me acuerdo en especial de sus geranios rojos. Mamama era una mujer generosa, creativa, inteligente y con una carcajada que resonaba en toda la casa. Cuando yo tenía la edad que tienes ahorita la miraba pintarse los labios casi todos los días. Le quedaba lindo, pero yo no entendía por qué le gustaba pintarse hasta que crecí. Ya te habrás dado cuenta que hay muchas cosas que se heredan, porque siempre me preguntas por qué me gusta andar con la boca pintada y por qué tengo tantas plantas. 

Te digo desde ahora: con los años te vas a ir pareciendo más y más a las mujeres de tu familia. Pero, de eso hablaremos en otra carta porque ahora debo volver al conejo. 

Un día a mi también me dijeron que el conejo no existía y me di cuenta que quien armaba la fiesta de chocolate era mi Mamama. Con mis primos descubrimos que ella los conseguía, los envolvía, y los colocaba con mucho cuidado en lugares estratégicos de su frondoso jardín y luego actuaba sorprendida cuando alguno encontraba un huevo. La verdad es que disfrutaba mucho de esos momentos con ella y mis primos. Ahora que soy adulta siento que crecer viene con muchos detalles en letras chiquitas. Dejar de creer es una. Tú empezaste a creer en el conejo de pascua a los cuatro años y dormías la noche anterior soñando con los huevos de chocolate, e imaginando cómo haría el conejo para colocarlos mientras dormías. Tu imaginación desde muy pequeña siempre ha sido desbordante, colorida y muy divertida. 

En la pascua del 2022, cuando tenías seis años, tuve la suerte de poder estar desde la noche anterior y vivir todo lo que te voy a contar. 

La pasamos en la casa de campo. Como siempre tu Mamama fue la directora de orquesta de esta fiesta de chocolate. Ese año ella contó con los siguientes cómplices: tu mamá, tu papá, tu Papapa y yo. Por primera vez no pudo estar tu tío J quien era usualmente quien diseñaba este plan con Mamama. No contábamos con él, y debo confesar que fue una baja importante. Ahora vas a entender por qué. Cuando tú y tus primos estaban durmiendo, los adultos nos sentamos alrededor de la mesa de desayuno y nos demoramos más de una hora en planear cómo esconderíamos los huevos. Había puntos de opiniones diferentes. Uno decía que había que hacerlo como una búsqueda del tesoro con pistas, a lo que otro decía enfáticamente que no tenía sentido porque el conejo no tendría tanto tiempo. Unos decían que podríamos cercar una zona y poner todos los huevos sueltos. Otros preguntaban cada cinco minutos: ¿pero, cuántos huevos hay? En medio de estas conversaciones tu mamá quería un papel para hacer un mapa, tu Mamama pedía que traigan los huevos para que viéramos cómo estaban envueltos, tu Papapa decía que tu papá tenía buenas ideas, y yo me reía con tu mami porque la escena era surreal. Éramos cinco adultos jugando a pensar como niños. Al final todos terminamos en carcajadas tan fuertes como las que resonaban en la casa de mi Mamama. 

Luego de esa conversación llegamos a un acuerdo: usaríamos pedazos de zanahorias como pistas para que ustedes busquen en esas zonas. Los huevos se quedarían en sus empaques y se usaría una canasta comunal para que se puedan repartir de manera equitativa. Con este plan nos fuimos a dormir y el domingo a las siete de la mañana tu papá, tu perro Max y yo estuvimos lanzando zanahorias y escondiendo huevos por diferentes zonas del terreno. Estoy segura que Max no entendía por qué lanzábamos zanahorias que él no podía comer, pero nos siguió como siempre con su pelaje marrón y su mirada casi humana. 

A las ocho de la mañana tú saliste al jardín y yo estaba bien cerca. Tuve la suerte de ver tu cara, Jose, cuando descubriste los primeros tajos de zanahoria. Tus ojos celestes se agrandaron y todo tu cuerpecito se puso en estado de alerta. Tus pelos amarillos y desordenados se sacudieron de emoción y tu dedo índice derecho señaló con mucha determinación al tajo de zanahoria. Empezaste a gritar y a anunciar que el conejo había llegado. Tus primos y hermanos salieron corriendo y la búsqueda comenzó. Ustedes con la ilusión de seguir las pistas y encontrar huevos de chocolate y nosotros, los adultos, con ganas de presenciar esos momentos y contagiarnos de su ilusión. 

Esa mañana creías firmemente en el conejo hasta que te contaron que no existía y dejaste de creer. Y te entiendo porque lo mismo me pasó a mi, pero dame una oportunidad para contarte lo que vi.

El domingo después de que ustedes encontraron los huevos, yo me fui a caminar. Era un día soleado y no corría nada de viento. Salí de la casa y cogí el camino de tierra que está al costado del estacionamiento. Durante la caminata me encontré con los árboles altos de siempre, pero noté algo raro. Mientras yo caminaba, ellos se movían como si estuvieran bailando. Sin embargo, apenas yo me detenía ellos se quedaban inmóviles. No se les movía una hoja. Era como si estuvieran jugando estatuas conmigo. Seguí caminando y noté que el cielo estaba más celeste que nunca. En ese momento empezó un viento frío y con olor a jazmín. Los árboles empezaron a moverse un poco más rápido, y la tierra del camino empezó a levantarse, como si estuviera pasando una horda de animales. Cuando volteé vi cómo un eucalipto y dos pinos jugaban a las chapadas. Se me puso la piel de gallina. No estaba asustada. Era una sensación especial que me daba mucha curiosidad. Seguí caminando y a cien metros encontré una carreta antigua de madera que nunca había visto ahí. Me acerqué y noté que estaba llena de geranios rojos. Seguí caminando y la puerta del garaje que está al final del camino se abrió de par en par. Busqué a los costados y no había nadie cerca. Yo no había salido con el control remoto de la puerta así que no entendía cómo se había abierto. 

Empecé a caminar hacia la puerta, y en ese momento fue que ocurrió, Jose. 

Ahí fue que lo vi. 

Estaba al otro lado de la puerta, fuera de la propiedad del terreno. Él estaba en el medio del jardín, y a su alrededor el pasto parecía flotar como si hubiera miles de conejos como él saltando. Sentí mi estómago lleno de nervios, como si los conejos estuvieran saltando ahí también. El conejo estaba bajo la sombra de un árbol de hojas gruesas. Era un conejo hermoso. Sus ojos eran celestes, como los tuyos, y al verlos sentí un olor a menta en el pecho. Mis piernas me empezaron a picar y cuando las vi no las reconocí: parecían dos troncos largos. Sentí mucha calma y me empecé a reír. En ese momento escuché la puerta que empezaba a cerrarse sola. A medida que la puerta se cerraba y el conejo quedaba al otro lado del terreno nos seguíamos mirando. La puerta terminó de cerrarse y yo me quedé parada. Por unos segundos no me acordaba cómo caminar. En ese momento escuché a Max ladrar y venir corriendo hacia mí. Se me paró al frente, me lamió la pierna y ahí reaccioné. Luego se acercó hacia la puerta del garaje y empezó a olerla con vehemencia. No había forma de alejarlo de la puerta. Tú y tus papás llegaron y me preguntaron qué le pasaba a Max. Yo te miré a los ojos y te quise contar que lo había visto, pero sabía que no era el momento.

Te imaginarás que en la noche de ese domingo me puse a buscar información sobre el conejo. Mi cuerpo aún andaba con todas las emociones a flor de piel. Tenía la sensación que no encontraría respuestas exactas y que no las necesitaba, pero igual tu tía es muy curiosa. 

Nunca me había preguntado por qué un conejo sería parte de una fiesta como pascua y me enteré de algo interesante. No se sabe a ciencia cierta mucho sobre el conejo, solo que existe. Algunos dicen que apareció por primera vez en Europa Medieval, y que se empezó a celebrar como un festival celebrando a la diosa Eastre, y que por eso a la festividad se le llamó Easter en inglés. Ella era la diosa de la fertilidad y las teorías dicen que los huevos eran posiblemente enterrados en la tierra por el conejo para incentivar la primavera.

Cuando leí esto confirmé una sospecha: el conejo de pascua y las mamamas son cómplices y seguro intercambian información sobre plantas. Esa mañana de pascua en el campo yo volví a creer y tuve la sensación de volver al jardín de mi Mamama. 

Créeme, Jose, que ese jardín es un lugar al que siempre querrás volver tú también. 

Te quiero mucho, mucho...

Vale / Tu tía Loca





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